Recuerdo el primer viaje como diputado general de Bizkaia al Jaialdi de Boise, en Estados Unidos. Sobrevolábamos durante horas suelo norteamericano y comentábamos que el país, el continente, contradice aquello de que desde los aviones todo parece pequeño. EEUU también es enorme desde el aire. Recupero la importancia de la escala repasando la magnitud de algunas de las principales ciudades o metrópolis del planeta: desde los casi 40 millones de habitantes de Tokio, los 22 de Ciudad de México, las cincuenta metrópolis con más de diez millones de habitantes… hasta el millón largo de Bizkaia.
Más allá del impacto numérico y de la inevitable comparación, destaco la importancia conceptual de ese común denominador que ofrece el concepto metrópoli, a mi juicio también modificado por la pandemia.
Hablar de metrópoli hasta ahora era referirse a un ámbito fundamentalmente urbano, a un conjunto de ciudades, a una suma de poblaciones con continuidad espacial que componen una zona urbana.
Este concepto ha cobrado quizá una amplitud mayor. Hoy, y a futuro, metrópoli es algo más que la suma de unas ciudades o de esos espacios urbanos supramunicipales llenos de avenidas, calles, edificios y también personas. Metrópoli es el espacio donde las personas pueden desarrollar todo su proyecto de vida, teniendo a una distancia temporal adecuada aquellos elementos que son imprescindibles para lograr ese objetivo tan noble y humano: desarrollar un proyecto de vida.
Para mí, Bizkaia es una de esas metrópolis. Todo el territorio es un ámbito metropolitano con un núcleo, Bilbao, y un eje principal urbano, el denominado Gran Bilbao, donde se concentra el 80 % de la población del territorio, pero también con espacios naturales, costa, playas, montes, ríos, infraestructuras y pequeños núcleos urbanos que se sitúan en el cinturón de ese eje y que, sin duda, sin ninguna duda, ninguna, constituyen también la metrópoli de Bizkaia.
Una metrópoli que debe tener una entidad suficiente para asumir los grandes retos que todas las sociedades avanzadas persiguen y que las instituciones y servidores públicos debemos posibilitar. Los retos que ayudarán a un único objetivo último: el mantenimiento y mejora de la calidad de vida y el bienestar de todas las personas que viven y trabajan en la misma. De todas sin excepción, con igualdad, respeto, educación, sanidad y un entorno propicio para el desarrollo de todos los proyectos de vida.
Esa entidad suficiente depende en gran parte de la gobernanza de estos espacios de vida. No solo entendida como gobernanza administrativa bajo los parámetros de una o varias instituciones, como la “auctoritas” y la obligación legal de desarrollar las políticas y el control de las mismas, sino también, y sobre todo, a una gobernanza multinivel y colaborativa.
Una entidad con doble cara, pública y privada, con la capacidad de accionar y traccionar conjuntamente a las diferentes administraciones, -incluso en su ejercicio competencial- y a las entidades privadas para el desarrollo de programas conjuntos buenos para la comunidad. Una entidad con una visión holística de los diferentes retos que debemos afrontar; con capacidad de empujar, de accionar las diferentes palancas con competencia en ese desarrollo.
Todo se entiende mejor con ejemplos concretos. Si, supongamos, pretendemos la implantación de un programa de movilidad sostenible en toda la metrópoli, una entidad -ya fuera pública, privada o de carácter mixto- debería obtener las múltiples autorizaciones, licencias o permisos necesarios para ese propósito en diferentes ámbitos y administraciones: permisos de carreteras, de costas y de la autoridad competente en zona de afección de la ría, de los diferentes ayuntamientos, de tráfico, de puertos, del aeropuerto, de medioambiente, de planificación territorial y urbanismo…
Debería, también, recabar la financiación suficiente para acometerlo, con las posibilidades de incentivación pública que pudieran plantearse. Y por último, y no menos importante, la necesidad y oportunidad de contar con personas formadas, con perfiles adecuados, que dirijan y desarrollen el programa y los objetivos previstos.
Una actuación multinivel y colaborativa de esa entidad única, que no puede suplantar el papel de cada una de las administraciones ni la labor de cada una de las entidades participantes en su seno, pero que sí podría ser la entidad que represente la ansiada ventanilla única para desarrollar ese proyecto de manera global, eficiente, eficaz y con una visión 360 grados. Esta entidad metropolitana podría aportar una visión de conjunto única que las administraciones, por definición, no pueden tener.
Y desde este punto, la posibilidad, el reto y la oportunidad de que esa entidad metropolitana afronte de manera singular, activa y global los grandes retos en los que toda sociedad avanzada debe actuar. Hoy son los retos de transición demandados por la situación climática y la digitalización. Retos que obligan a abordar transiciones importantes en aspectos como la movilidad o las fuentes de energía, claves en cualquier metrópoli, también en Bizkaia. Hoy son esos; mañana serán otros.
La gran fortaleza que tiene un ámbito metropolitano para poder trabajar estos grandes desafíos no es otra que su cercanía a la ciudadanía. El tan citado principio de subsidiaridad se sustenta en que las políticas y los programas son más efectivos y exitosos cuanto más cercanos se ejercen y desarrollan a la ciudadanía.
Esta es la gran virtud para los espacios metropolitanos: una acción programada, colaborativa, multinivel, aglutinadora de la iniciativa pública y privada y que se sitúa muy cerca de las inquietudes de la ciudadanía con el objetivo de afrontar los retos imprescindibles y el propósito de mejorar la calidad de vida de las personas en el presente y en el futuro.
Unai Rementeria Maiz
Diputado General
Diputación Foral de Bizkaia